En la segunda entrega del serial nos desplazamos hasta Tutera, o Tudela en castellano, para conocer el crimen perpetrado por la guardia civil sobre Gladys del Estal. La joven de 23 años fue asesinada por el estado español el 3 de junio de 1979 mientras protestaba de forma pacífica contra la nuclearización de Euskal Herria.
Para conocer en profundidad este caso, debemos abordar primero el crecimiento de la energía nuclear y el rechazo de gran parte de la sociedad vasca durante los años setenta. La opción nuclear había comenzado a ser valorada por diferentes estados europeos como el francés, el alemán o el sueco. Al ritmo de la construcción de centrales, las diferentes poblaciones despertaron su escepticismo, cuando no su rabia, contra ellas. El estado franquista trató de subirse a esta ola energética en los últimos coletazos de la dictadura, durante el periodo conocido como tardofranquismo.
Los movimientos ecologistas se unieron en la lucha antinuclear con emblemas similares y hasta con un logo común —creado por unas activistas danesas— que tenía como imagen icónica un sol sonriente. Un lema adaptado a las diferentes lenguas complementaba el logo. Por ejemplo, «¿Nuclear? No, gracias» en castellano o «Nuklearrik? Ez, eskerrik asko» en euskera. El pueblo se percató muy pronto de la posibilidad real de un accidente nuclear que el tiempo terminaría por confirmar. No en vano, en el recuerdo popular habían calado hondo las bombas de Hiroshima o Nagasaki, las cuales iban ligadas indudablemente al imaginario colectivo de la energía nuclear.
Con una movilización creciente por todo el mundo, la población vasca comenzó a protestar contra las centrales nucleares proyectadas en su tierra, primero con timidez, después con fuerza arrolladora. Sin embargo, en Lemoiz, o Lemóniz en castellano, a tan solo 15 kilómetros del Gran Bilbao ya había empezado a construirse una central nuclear de dos reactores. Para llevar a cabo el proyecto destruyeron la cala de Basordas. Una megaconstrucción que, una vez más, destrozaba el territorio.
La agitación y la organización contra las nucleares fue creciendo hasta que en 1977, 150.000 personas salieron a las calles en una jornada histórica. Fue la manifestación con más seguimiento en Euskadi en más de 40 años. Para encontrar algo similar había que remontarse a tiempos anteriores a la guerra civil. Las protestas no se quedaron tan solo en manifestaciones o concentraciones, diferentes sectores se movilizaron e incluso ingenieros ligados a la energía nuclear renunciaron a su puesto al convencerse de que este no era el camino.
En el mismo año 1977, ETA incluye entre los objetivos de la organización la lucha antinuclear. La central de Lemoiz, ya construida, pasa a estar en el ojo del huracán, por lo que la militarización de la zona se convierte en realidad. Un comando de ETA atacaría el puesto de la guardia civil en la central, lo cual fue respondido por los agentes hiriendo a David Álvarez, miembro de la organización vasca. El joven fallecería un mes más tarde en el hospital. Sería la primera víctima mortal relacionada con Lemoiz, pero no la última. Más adelante, en 1978, ETA pondría una bomba en el reactor de la central nuclear provocando la muerte de Andrés Guerra y Alberto Negro. Cabe señalar aquí que, aunque construida, la central no estaba en activo, es decir no había uranio en ella. Con la entrada del grupo armado el movimiento antinuclear se fragmentó. Aunque ya era heterogéneo desde sus inicios, no había tomado el camino de la lucha armada y esto supuso un cisma para muchos colectivos o individualidades.
En este clima de crispación, el 3 de junio de 1979 se organiza en Tudela una jornada contra las nucleares. Coincidía con el día mundial del medioambiente que en aquella ocasión tenía como telón de fondo el accidente de Three Mile Island en Harrisburg, Estados Unidos. Lugar en el que se había producido una fusión parcial del núcleo del reactor. Este accidente anticiparía los futuros de Chernobyl o Fukushima. Volviendo a las particularidades de Euskal Herria, en Tudela estaba prevista la construcción de otra central nuclear. A su vez, la población de este núcleo llevaba tiempo protestando contra la presencia del polígono de tiro de las Bardenas, utilizado por la OTAN y ubicado en una zona natural. Aquel día pacífico debería haber terminado con una marcha al polígono de tiro. Sin embargo, aquella concentración que, por cierto contaba con todos los permisos legales, sería interrumpida de la forma más dolorosa, con el asesinato de Gladys del Estal.
La jornada dominical estaba siendo apacible. Tan solo se había producido el desvío de multitud de coches o autobuses en las carreteras cercanas a Tudela, ya que el estado buscaba impedir la llegada de más manifestantes. Algunas fuentes apuntan que había cerca de 1.000 activistas en la población navarra, pero que se impidió el paso a otras 5.000 debido a la actuación de las fuerzas de orden público en las inmediaciones de Tudela. Pasada la hora de la comida, la tranquilidad reinante durante la siesta se truncó repentinamente. En un momento dado, la policía y la guarda civil se subieron a los tejados y comenzaron a desalojar las calles de forma violenta. Ante el inicio de las cargas, unas cuantas personas decidieron hacer una sentada en el puente sobre el río Ebro. De esta forma, las manifestantes que abogaban por la desobediencia civil no violenta, intentaban detener el avance de varias patrullas de la guardia civil. Es en ese momento cuando las fuerzas al servicio del estado recibieron la orden de quitar los seguros a sus armas. De esta forma, el guardia primero José Martínez Salas llegó hasta la manifestante Gladys del Estal y la agredió con la culata de su fusil Z-70. Cuando la joven intentó levantarse de espaldas a su agresor, recibió un disparo en la cabeza a menos de tres centímetros.
Gladys no murió en el acto. La joven activista estuvo desangrándose en el suelo ante la pasividad de los guardias y la desesperación del resto de manifestantes. Así hablaría Enrique del Estal, padre de Gladys, para el diario Egin en 1987:
«Lo peor es cuando te enteras posteriormente de que tu hija estuvo desangrándose veinte minutos en el suelo, porque la guardia civil impedía que fuera trasladada a un centro sanitario. Te informas y te dicen que si la hubieran trasladado urgentemente quizás podría haberse salvado. Eso es lo que te descompone».
Es decir, que además de asesinarla a sangre fría, la dejaron agonizando en el suelo. Gladys había nacido en Caracas debido al exilio forzoso de sus padres por la guerra civil. Su padre había estado en el batallón vasco socialista Maebe y tuvo que huir tras la derrota republicana en el norte. Cuando Gladys tenía tan solo cuatro años pudieron volver a Donosti, concretamente al barrio de Egia. Tras su asesinato, la prensa no tardó en propagar informaciones falsas. El diario ABC señaló que Gladys era una extranjera que había venido únicamente por la protesta. Ya sabemos como se traducen este tipo de insinuaciones que buscan despertar en los lectores un sentimiento de distanciamiento con la persona asesinada e incluso de justificación del crimen. Una estrategia que la prensa sigue utilizando hoy en día para adulterar el foco de mira entre aquellos dados a los prejuicios.
Gladys había comenzado a militar en movimientos ecologistas mientras estudiaba Química en la universidad. Formó parte del Grupo Ecologista de Egia o de los comités antinucleares de Euskadi. El día antes de morir había organizado junto a otras personas una marcha en bicicleta por la capital guipuzcoana para concienciar del uso de medios de transporte no contaminantes. Aquel día fue fotografiada subida en su bicicleta, imagen que tristemente sirvió para ilustrar su muerte en los medios de comunicación tras el trágico suceso.
Los actos de repulsa no se hicieron esperar. El miércoles siguiente al crimen se convocó una huelga general en Euskal Herria que tuvo un seguimiento masivo. Aquel día también hubo actuaciones deplorables por parte de los funcionarios serviles. Con la llegada del féretro a Donosti, la policía comenzó a cargar contra familiares, amigas y compañeras de lucha. Como demostrarían tiempo después en el entierro de Lasa y Zabala, las fuerzas de desorden público no respetan ni tan siquiera la solemnidad de estos momentos.
Las provocaciones y humillaciones de la guardia civil no terminarían ahí. Un año después del asesinato, 4.000 personas realizaron una marcha hasta el puente sobre el río Ebro en Tudela. Los manifestantes levantaron un monolito en honor a Gladys en el que se podía leer “Por defender el sol, el agua y la libertad”. El monumento fue retirado esa misma noche por la guardia civil de muy malas formas, según confirmaron varios vecinos.
Por su parte, el ayuntamiento de Tudela se pronunció mediante un escrito firmado por todos los ediles. Para que se hagan una idea de la repulsa unánime, había políticos de diferente signo político. Incluso el edil de Fuerza Nueva, partido de extrema derecha, firmó el documento. El escrito pedía la dimisión del ministro de interior, el gobernador civil y los mandos responsables. A su vez solicitaba la retirada de la policía, la disolución de los cuerpos represivos y la recuperación de las tierras del polígono de tiro de Bardenas, así como la paralización de todos los proyectos nucleares.
Los órganos de propaganda estatales tardaron poco tiempo en montar una farsa que exculpaba al guardia José Martínez Salas. La benemérita envío un comunicado a la prensa que pregonaba así:
«Sobre las 17.30 horas cruzaron el puente un grupo numeroso de personas (la mayoría jóvenes) y cortaron la circulación, atravesando un vehículo, y se sentaron en la calzada, todo ello junto a la zona de estacionamiento. Se formó el natural colapso en la circulación, por lo que la fuerza que se encontraba en el estacionamiento regulando el tráfico se dirigió hacia los manifestantes para que dejasen expedita la vía, y aunque con dificultades, poco a poco lo iban consiguiendo. Cuando se encontraban en este cometido, un manifestante agarró por detrás, tirando con fuerza de la metralleta que, colgada del hombro, portaba uno de los guardias, tratando de arrebatársela. El guardia sujetó el arma, echándose hacia delante para contrarrestar el tirón, llegando casi a perder el equilibrio; en el forcejeo se produjo un disparo del arma, que alcanzó a Gladys del Estal, que se encontraba enfrente, la que resultó herida mortalmente en la cabeza, falleciendo al ser trasladada a un centro asistencial».
Una versión burda que no pudo ser confirmada en el juicio por ningún testigo que no formara parte de los cuerpos del estado. De hecho, los declarantes darían otra versión. Ángel Hernández, el cual el día de los hechos acompañaba a su padre en el camión en el que trabajaba pudo ver con sus propios ojos como José Martínez Salas golpeaba y disparaba a Gladys del Estal.
El guardia José Martínez Salas fue condenado por omisión imprudente no maliciosa. La sentencia sostuvo que el arma se disparó sola. Le cayó una pena de año y medio, la cual no cumplió en prisión. Por supuesto ningún mando superior fue juzgado por iniciar las cargas en aquella jornada pacífica, ni siquiera por dar la orden de quitar el seguro a las armas, orden que acataron todos los guardias civiles. Además de la farsa judicial, el asesino recibió en 1982 la cruz blanca al mérito de la guardia civil. Un reconocimiento heredado del franquismo que solo en una transición «modélica» como la del estado español podía seguir en vigor. Con el tiempo José Martínez sería ascendido y en 1992 fue nuevamente condecorado con otra cruz al mérito militar. El ministro de Interior por el PSOE, José Luis Corcuera, tuvo que dar explicaciones ante el congreso de los diputados por esta última condecoración. Como buen ministro socialista no tardó en exculpar al guardia señalando que ya había cumplido la condena y estaba rehabilitado. Como colofón a sus declaraciones, el ministro apuntó que la conducta del guardia fue intachable. Quizá para los intereses del estado así fue y es momento de empezar a leer estas declaraciones desde otro prisma.
Para que se hagan una idea de la vergüenza legal en la que vivimos, un joven ecologista fue condenado en Mallorca con un año de prisión por colocar una pancarta que recordaba a Gladys del Estal. Por lo tanto, el asesino de Gladys y un joven que recordó su asesinato tuvieron una sentencia prácticamente similar, con la salvedad de que al activista de Mallorca no le condecoraron en repetidas ocasiones.
Sobra decir que Gladys nunca fue reconocida como víctima de la violencia de estado. En cambio, sus amigas y el movimiento ecologista vasco nunca la han olvidado. Cada año una concentración recuerda a Gladys del Estal y su incansable lucha. Así hablaron de ella en este 2024, cuando se han cumplido 45 años del crimen:
«La lucha de Gladys sigue vigente en nuestros días. Tenemos las mismas razones y necesidades que Gladys defendió para seguir creando redes y alternativas a este sistema ecocida. Un sistema político que, 45 años después sigue imponiéndonos sus políticas energéticas y económicas mediante la represión, la guerra y el genocidio. Por eso la lucha de Gladys también es nuestra lucha, y nuestro mejor homenaje continuarla, y mantener viva la llama de su memoria».
A día de hoy el mayor parque de Donosti se conoce popularmente como Gladys Enea en su honor. Allí, un monolito recuerda su lucha, que entre otras cosas sirvió para recuperar el parque al que hoy da nombre. Aunque el mejor recuerdo, sin duda, se lo brindaron sus padres, los cuales lucharon en el movimiento ecologista vasco desde el día en que perdieron a su hija.
En cuanto a la central nuclear de Lemoiz; nunca llegó a estar en activo, ni albergó uranio enriquecido. ETA agudizó su lucha contra las nucleares, matando y secuestrando a diferentes trabajadores de la central, entre ellos al ingeniero de la explotación José María Ryan. El cual terminaría siendo asesinado después de un ultimátum que buscaba el desmantelamiento de la central nuclear por parte del estado. El secuestro coincidió con la primera visita del rey a Euskal Herria, viaje en el que fue interrumpido en el parlamento vasco ante el cántico del Eusko Gudariak.
Durante el contexto de agitación, los trabajadores de Lemoiz mostraron su preocupación y presionaron para que fueran reubicados. En 1982 se suspendió provisionalmente la plaza de ejecución de la obra y en 1994 se confirmaría su cierre, aunque desde los ochenta ya solo contaba con personal de mantenimiento. Es importante apuntar también que Lemoiz sufrió sabotajes internos de trabajadores que hicieron más difícil su puesta en marcha. Por lo que dentro de la empresa también había críticos con este modelo energético.
El debate sigue abierto a día de hoy, ¿habría llegado a funcionar Lemoiz si no hubiera intervenido ETA? Diversos ecologistas defienden que fue gracias a las protestas masivas de la sociedad vasca y a episodios como el asesinato de Gladys que concienciaron a más personas para que el estado terminase por ceder. Otros señalan que si no hubiera sido por ETA, Lemoiz hubiera sido la primera de las centrales nucleares vascas. También hay quien defiende que fue por la intervención de ETA, pero que el asesinato de trabajadores no estaba justificado. La realidad es que Lemoiz y sus 200.000 metros cúbicos de hormigón armado siguen en pie como recuerdo de lo que pudo ser y no fue, la central nuclear fantasma de Bizkaia.
Iberduero, antes de transformarse en Iberdrola, fue la empresa constructora y dueña de Lemoiz. En el consejo de administración de la empresa había personas muy poderosas que no estaban dispuestas a asumir su derrota. Por ello, implementaron una tarifa en el recibo de la luz para compensar sus pérdidas provenientes de la energía nuclear. La tarifa ha superado con creces el coste que pudo suponer la paralización de los proyectos nucleares. Pero ya saben, las eléctricas siempre ganan a no ser que empecemos a organizarnos contra ellas.
No quiero despedir el episodio sin recomendar el visionado de la película El síndrome de China. Largometraje de 1979 que alertaba sobre la posibilidad real de un accidente nuclear, algo que el mismo año de su estreno se confirmó en Harrisburg. Aunque las últimas palabras del episodio deben servir para recordar a Gladys del Estal Ferreño. Una luchadora incansable que nos fue arrebatada demasiado pronto por un estado que nunca ha pedido perdón.
Gladys gogoan zaitigu!