
Antes de comenzar a indagar sobre el suceso me gustaría apuntar que a cada paso que doy en la investigación de nuevos crímenes, los casos se multiplican. Descubro con indignación que podría llenar temporadas y temporadas de este serial. Siento como la nebulosa ceguera que cubre la cara oscura del estado es cada vez más nítida para mí y no negaré que acongoja ser conocedor de la sangre derramada con impunidad por este supuesto estado del bienestar.
En el caso de hoy la impunidad sobresale especialmente. Nos situamos, es la 1 de la madrugada del 15 de diciembre de 1992. Las calles de L’Hospitalet de Llobregat muestran la tranquilidad propia de la fecha y la hora en la que estamos. Una pareja camina por la Avinguda Catalunya. Se trata de Pedro y Yolanda que aquella noche festejan su cuarto aniversario de relación. Según testimonios posteriores, la conversación en aquel momento era algo tensa, pero nada fuera de lo común. De pronto, Yolanda cruza la calle. Un Opel Vectra de color blanco tuneado con un alerón negro posterior frena de golpe. El conductor grita: «¿Tú estás loca?» La joven contesta airada «¿cómo que estoy loca?» El conductor, un hombre fuerte cercano a los 40 años y que porta gafas con montura metálica sale del vehículo, y sin mediar más palabras, abofetea a Yolanda y la tira al suelo. Es en ese momento cuando su pareja, Pedro Álvarez sale en su defensa. El conductor coge algo del coche y agarra al joven, empotrándole contra otro automóvil cercano. Pedro no tiene tiempo para reaccionar, su agresor saca una pistola al tiempo que se escucha una voz de mujer desde dentro del coche que dice con desesperación: «No lo hagas». Yolanda llega a ver su rostro unos segundos, es morena de unos 30 años y cara fina. No tiene tiempo para analizarla mucho. Un estruendo rompe para siempre su vida. Pedro acaba de recibir un disparo en la cabeza. Durante unos segundos la mirada del agresor se cruza con la de Yolanda que sigue inmóvil en el suelo. El asesino comienza a gritar: «Hostia, hostia…» mientras vuelve al coche y se da a la fuga. Todo ha pasado muy rápido. Yolanda cree ver un 5, un 7 y un 9 entre los números de la matrícula. A su lado, su novio está en el suelo entre un charco de sangre. Como es lógico, entra en pánico y comienza a correr por la calle gritando: «Lo ha matado, lo ha matado».

Tres adolescentes que aquella noche celebraban el cumpleaños de uno de ellos, escuchan la escena y llegan a ver a la joven corriendo. Horas más tarde hablarían con la prensa. Lo que no dijeron ante las cámaras, pero sí en su declaración —la cual no se produciría hasta cuatro meses más tarde— es que recogieron la chaqueta de Yolanda tras acercarse a la escena del crimen, algo que posibilitó su identificación. A esas horas la joven estaba siendo atendida en el hospital de la Cruz Roja a consecuencia del ataque de pánico que había sufrido. Los tres jóvenes también apuntaron más adelante que habrían escuchado dos o tres disparos, aunque inicialmente pensaron que se trataba de fuegos artificiales.
Además de Yolanda, el asesino, la acompañante de este y los tres jóvenes, un hombre observó parte de la escena desde su ventana. Estaba cambiando unas cortinas cuando escuchó ruidos provenientes de la calle. En su declaración posterior declaró que iba a bajar a la calle, pero que su mujer le dijo que no lo hiciese por si podía ocurrir algo más. A los pocos minutos, observó con temor lo acertado de las palabras de su esposa. En escena apareció otro hombre que portaba un arma y que tras observar el cuerpo del joven utilizó un walkie-talkie. Según se presupone se trataba de un policía de incógnito. Pocos minutos más tarde llegó la ambulancia y la policía, la cual no acordonó la zona en ningún momento y como resultado de ello las pruebas pudieron alterarse. El joven fue trasladado al hospital de Bellvitge, pero no pudieron hacer nada por salvar su vida. Pedro Álvarez había fallecido a los 20 años de edad.
En mitad de la madrugada, la policía urbana se personó en la casa de Pedro, situada en el barrio barcelonés de La Verneda. Juan José Álvarez, padre del joven abrió la puerta. Le informaron que un miembro de su familia había sufrido un accidente y que estaba en el hospital. Juanjo sabía que se trataba de Pedro, su mujer y sus otras dos hijas habían cenado con él en casa, pero Pedro no había acudido aquel día porque estaba con su novia. Los cuatro miembros de la familia fueron lo más rápido que pudieron, tanto que una cámara de tráfico les grabó superando el límite de velocidad. La multa no fue retirada en ningún momento, pese a que solicitaron comprensión por las dramáticas circunstancias. Prueba del punitivismo del sistema que no atiende siquiera a casos extremos como este. Al llegar al hospital un médico les anunció el fallecimiento de Pedro a consecuencia de un disparo en la cabeza. La policía no informó de los detalles. En lugar de ayudar, incomodó a la familia en su dolor con preguntas sobre la posible violencia en la personalidad de Pedro o sobre adicciones presupuestas. Según declaraciones posteriores, la familia no supo detalles de lo que había sucedido hasta que a las cinco de la mañana Yolanda llegó al hospital y les contó lo acontecido en L’Hospitalet, ciudad en la que ella vivía. Yolanda esa madrugada había pasado por el trauma del asesinato, había sido atendida en el hospital de la Cruz Roja, había tomado declaración y ahora tenía que informar a la familia de su pareja de todo.
Hasta aquí podría ser un caso doloroso más de la página de sucesos que, por supuesto, dejaba a una familia destrozada. A las pocas horas se supo que este no era un caso más. El dueño de un coche situado junto al lugar de los hechos, estuvo presente cuando la policía recogía una bala de su propio vehículo. Escuchó nítidamente a uno de los agentes decir: «Esto lo ha hecho uno de los nuestros». Y es que la bala encontrada, una parabellum de 9mm, solo se vendía a los cuerpos del estado. Las pruebas de balística posteriores aseguraban que casi con toda seguridad había sido disparada por una Star PK 28, arma policial arquetípica.

Día y medio después del asesinato era detenido el agente de la Brigada Policial de Seguridad Ciudadana José Manuel Segovia Fernández, de 39 años. Hombre que encajaba con la descripción física dada por Yolanda y que además tenía un Opel Vectra blanco con un alerón negro. Por si esto fuera poco, la matrícula de su coche contenía los números 5 y 9, aunque no el 7 apuntado por Yolanda, pero sí que había un 1 que pudo confundir a la joven. Para más inri el agente tenía una asesoría jurídica cerca del lugar del asesinato. Y por supuesto, podía acceder fácilmente a un arma como la utilizada en el crimen. Eso sí, las pruebas posteriores de balística, hechas por sus propios compañeros, señalaban que su arma no había sido utilizada.
José Manuel Segovia había sido degradado y reubicado varias veces dentro del cuerpo por su carácter conflictivo. Durante aquel verano había trabajado como escolta de la familia real durante los Juegos Olímpicos de Barcelona. En su declaración este hombre señaló que cuando se produjeron los hechos estaba durmiendo en casa junto a su esposa, la cual ratificó su coartada. También apuntó que aquel día había ido a ver a su madre, internada en el mismo hospital al que horas más tarde llegaría el cuerpo de Pedro. Información confirmada por la seguridad del centro hospitalario, ya que allí había protagonizado un altercado. La seguridad privada del hospital le había señalado a él y a las dos mujeres que le acompañaban que solo una persona podía estar en urgencias. Lo cual fue contestado por el agente con las siguientes palabras: «Tú no sabes con quién estás hablando, yo soy inspector». Acto seguido sacó su placa. El trabajador del hospital no quiso entrar al trapo, pero a la salida del recinto volvieron a encontrarse. José Manuel Segovia fue hacia él y le encaró refiriéndose en estos términos: «Tú no sabes lo que has hecho, conozco a tus jefes. Yo soy el que renueva los documentos profesionales que llevas, te voy a fundir». A lo que el miembro de seguridad le dijo que solo había hecho su trabajo. La conversación terminó con el policía espetando un educado: «Te voy a dar una patada en los cojones».
Durante la declaración, el policía fue preguntado por si había tenido alguna relación extramatrimonial, puesto que la descripción de la mujer que iba de copiloto no encajaba con su esposa. Sorprendentemente el hombre contestó afirmativamente, pero subrayó que la relación era una anécdota del pasado. Esta mujer fue localizada y apuntó que llevaba más de un mes sin ver a José Manuel y que la noche de los autos estaba con su actual pareja, pero añadió que su relación no era la única que había mantenido el agente fuera del matrimonio. La línea de investigación sobre la acompañante finalizó sorprendentemente aquí, cuando podría haber sido la clave de todo el suceso.

El 17 de diciembre Pedro sería enterrado y en mitad de tan solemne acto, la policía se llevó a Yolanda bajo custodia policial. Imagínense el dolor que esto supuso. La falta de tacto de los cuerpos volvía a sobresalir una vez más durante el último adiós de Yolanda a Pedro. El gesto se entiende todavía menos cuando se supo que la joven estuvo doce horas en comisaría sin saber el motivo de su retención. Entraría agotada a una rueda de reconocimiento a las dos de la madrugada. Para mayor incomprensión, Yolanda estuvo sola en todo momento. Es decir, no contó con representación legal. La joven no dudó en señalar a José Manuel Segovia como el asesino en un primer momento. Lo que sucedió después es un episodio más de la turbiedad que envuelve este crimen. La policía sometió a la joven a un interrogatorio insistiendo que podía estar equivocada y que tenía que estar segura de lo que hacía. Tras marear a Yolanda, la cual recordemos, llevaba toda la jornada allí, la sometieron a una nueva rueda de reconocimiento, en la cual dudó si el asesino era José Manuel Segovia. Como cierre a esta sátira plasmaron en el informe que la rueda de reconocimiento había sido no concluyente, aunque afortunadamente sí apuntaron que en primer lugar había señalado al detenido. Tiempo después diversos juristas confirmaron que esta rueda de reconocimiento fue totalmente irregular.
El 23 de diciembre del mismo 1992, el agente de policía era puesto en libertad. La jueza del caso, María José Magaldi dijo que no había suficientes pruebas para incriminar a este hombre. Balística señaló que el arma que tenía no había sido disparada, pero en ningún momento le hicieron pruebas para ver si había restos de pólvora en sus manos. Tampoco fueron analizadas las ruedas del coche, ni se buscó a la mujer que iba en el asiento de copiloto. Todo el proceso estaba plagado de irregularidades y hasta el día de hoy, la familia de Pedro Álvarez defiende que el caso de encubrimiento del propio cuerpo de policía es lo que determinó el caso. Es por ello que he decidido incluir este episodio en el serial, ya que legalmente el crimen está sin resolver, pero los hechos muestran como mínimo una dejadez en la investigación y, en el peor de los casos, un asesinato policial silenciado por los propios cuerpos del estado. Resuena alto en la cabeza la pregunta, ¿quién nos defiende de la policía?
En un programa de Antena 3, el cual no se llegó a emitir, Juanjo Álvarez se dirigió así al director general de policía.
«El problema no es que haya habido un asesinato y no sepáis quién ha sido, el problema es que ha sido asesinado mi hijo. Si hubiera sido el tuyo, el culpable, fuera quien fuera, ya estaría en la cárcel».
El programa de 1993 no emitido se tituló: «Ciudad desnuda». Y a día de hoy se cree que también hubo presiones para que no saliera en antena. La familia de Pedro Álvarez estuvo en un plató junto a la presentadora Rosa María Mateo y el director general de la policía entre otras personas. En otro plató, con su identidad protegida y su rostro en la penumbra, se encontraba el único detenido por el caso, el agente José Manuel Segovia. Algo que la familia no supo hasta que en 1997 una fuente anónima les hizo llegar tan insólita cinta a su domicilio. El programa se ha proyectado en espacios políticos desde entonces. Para el canal de YouTube de Carles Tamayo, Juanjo Álvarez también mostró como el Periódico de Catalunya cambió una noticia referente a la muerte de su hijo entre el periódico matinal y la segunda edición. En esta última se dulcificaba lo acontecido y se dejaba de apuntar a la policía. Juanjo argumenta como explicación las presiones que debió recibir el periódico entre una edición y otra.
La periodista Neus Sala señaló en el programa de RTVE Catalunya, Obrim Fil, que cuando trabajó en este caso y pudo entrevistar al José Manuel Segovia le sorprendió su chulería y la actitud de esta persona ante los hechos por los que estaba siendo investigado. Apuntó que no se correspondía con su situación procesal. Además, señaló que en 1992 en su rutina como periodista de sucesos llamaba todas las mañanas a comisaría y el día 15 de diciembre el policía que contestó dijo textualmente: «Han ejecutado a un chico».
Me quiero centrar un momento en la figura de Juanjo Álvarez, el padre de Pedro. Persona concienciada con las causas sociales desde su juventud y que había luchado en las calles durante los años ochenta. Cuando la desgracia llegó a su puerta, decidió luchar como acostumbraba, con la fuerza popular. La madre, Carmen Peso, también luchó como la que más, aunque con un perfil menos mediático, ya que según ha señalado su marido en alguna entrevista el proceso fue demasiado doloroso para ella. Juanjo ha mostrado en todo momento que el único apoyo que han recibido ha sido de los movimientos sociales y políticos de base. Quiero destacar las siguientes citas de este hombre pronunciadas en los medios: «Es un miembro de las fuerzas de seguridad del estado y está protegido por su sistema. Y su sistema no es el mío» o también «El código penal es como la biblia, cada uno lo interpreta a su manera».
Volvamos a 1992. Pocos días después del crimen una llamada telefónica anónima incriminaría a otro posible sospechoso, un hombre que tenía una autoescuela con varios Opel Vectra blancos en circulación, aunque ninguno tenía alerón. Este hombre tenía permiso de armas, pero fue descartado porque llevaba barba y no utilizaba gafas. Además, Yolanda vio su foto y le descartó al momento. Tras colaborar inicialmente e incluso someterse a una sesión de hipnosis para ver si recordaba mejor la matricula, Yolanda terminó por distanciarse de la familia y de la lucha por la resolución del caso. Quizá debido a la frustración que supuso el estancamiento del proceso o a la salvaguarda de su salud mental.

Al poco tiempo se declaró el secreto de sumario, sin que el abogado de la familia de Pedro hubiera llegado a preguntar en ningún momento nada al único incriminado. La movilización social comenzó a reclamar lo que la justicia se mostraba incapaz de querer resolver. Así, se produjeron diversas manifestaciones o un encierro en una parroquia con 32 asociaciones que reclamaban justicia. El caso se cerraría por primera vez años más tarde, tiempo en el que ninguna administración o ayuntamiento recibió a la Plataforma Pedro Álvarez, creada poco después del crimen. Esta plataforma también se ha solidarizado con la familia y entorno de otras víctimas mortales o agredidas por agentes de la policía local, nacional, mossos d’esquadra o la guardia civil.
Fruto de la desesperación, en 1996 Juanjo Álvarez decidió iniciar una huelga de hambre frente a los juzgados de L’Hospitalet. Tras 17 días e infinidad de firmas a su favor, consiguió la reapertura del caso. En esta nueva investigación la familia solicitó que fuera otro cuerpo el que lo llevase, no querían que los propios compañeros del único sospechoso se encargasen. Aunque la guardia civil cogió el caso en 1998, no hubo avances. Para comienzos de siglo se volvió a cerrar y terminaría prescribiendo veinte años más tarde. El Supremo dio carpetazo mostrando su empatía con la familia y diciendo textualmente que «nada hay más lamentable para la familia de la víctima que la impunidad de delito», pero que se había agotado el esfuerzo investigador. Por lo que se sabe, el único sospechoso fue suspendido de empleo y sueldo durante tres meses y a su vuelta al trabajo pidió la baja por motivos psicológicos. Se cree que se reincorporó tiempo después al cuerpo y que actualmente está jubilado.
Pese a que la familia intentó en los últimos años una nueva reapertura del caso, se topó de nuevo con toda clase de obstáculos e impedimentos por parte de la judicatura. Al menos en 2016 las administraciones tuvieron un gesto que no pasó de lo simbólico, el ayuntamiento de Barcelona con su teniente de alcalde a la cabeza, Jaume Asens, señaló que en este caso el sistema había fallado. Ese mismo año Gabriel Rufián llevó el nombre de Pedro Álvarez al congreso de los diputados apuntando que había un montón de Pedros Álvarez. Entre las discrepancias recibidas por el sector reaccionario del hemiciclo sobresalieron las palabras de Juan Ignacio Zoido, ministro del interior por el PP en aquel entonces. Le espetó al diputado de Esquerra que estaba manchando el nombre de la policía. Además aseveró que hablaría con la familia de Pedro para asegurarles que quien la hace la paga. Hoy, casi una década después, la familia sigue esperando a que Zoido les reciba para que repita esas mismas palabras mirándoles a los ojos.
La indignación y la rabia de la familia se acrecentó al pasar por infinidad de situaciones dolorosas que exceden la frustración ante la injusticia cometida. Juanjo ha tenido que afrontar varios delitos de amenazas, injurias y obstrucción a la justicia. Además, José Manuel Segovia llegó a denunciar a Juanjo y a su abogada por colaboración con banda armada después de que asegurara que su nombre aparecía entre los objetivos de ETA. El sospechoso acusando a la familia del asesinado, algo insólito. La acusación fue desestimada y jamás se supo nada de esta supuesta lista más allá de las palabras del agente, pero ya sabemos lo sencillo que es ganarse a buena parte de la opinión pública con la sola mención de la organización vasca. La abogada de la familia terminó abandonando el caso por presiones.
Por si todo lo anterior fuera poco, la familia denunció que desde el asesinato de su hijo han recibido llamadas telefónicas para amedrentarles. También aseguraron ante las cámaras que su teléfono había sido pinchado al inicio de las investigaciones. Además, Juanjo denunció públicamente que fue despedido de la empresa de ascensores OTIS en la que trabajaba por significarse públicamente en la defensa del caso. Los empresarios pensaron que esto podría perjudicar al honorable nombre de su empresa y, por ende, a sus bolsillos. Bolsillos que en el caso de Juanjo se vieron agujereados al quedarse sin sustento económico para poder seguir peleando por justicia. Solo con solidaridad popular ha podido seguir luchando para pagar todos los costes generados desde el asesinato de Pedro.
Los gestos reprobables son tantos que uno se queda sin palabras. En 1993 la policía retiró una placa en L’Hospitalet que decía: «Aquí va a ser assassinat per un policia Pedro Álvarez Peso». La que todavía permanece a día de hoy en el lugar del crimen y en la que se reúne la familia y asociaciones todos los años es una que dice así: «Aquí va ser assassinat Pedro Álvarez Peso el quinze de desembre de mil nou-cent noranta-dos. Ni Oblit ni Perdó».
Para terminar, quiero hacerme eco de la hipótesis señalada en Criminopatía, versión que la familia considera como la más cercana con los datos manejados. La noche de los autos, el agente José Manuel Segovia fue al hospital de Bellvitge, tras discutir con la seguridad del centro, no se fue a su casa. Su mujer le estaría encubriendo en esta versión de los hechos. En este lapso de tiempo iría a la asesoría jurídica que tenía en L’Hospitalet, lugar en el que podría haber estado con otra mujer. Al salir de allí se cruzó con Pedro y Yolanda, cometiendo el violento crimen. Tras ello se deshizo del arma y la ropa que llevaba. También se aseguraría de presionar a su acompañante para que nunca declarase. Persona misteriosa esta que ha permanecido en silencio también hasta el día de hoy. Tras ello comenzaría un encubrimiento o dejadez en la investigación por parte de sus compañeros del cuerpo.
En este punto quiero rescatar las palabras dadas por Juanjo Álvarez para El Salto:
«No se ha investigado jamás el caso porque no hay nada que investigar. El culpable fue detenido y puesto en libertad, y no hay nada más que hablar. Se omitieron muchísimas pruebas que podrían haber sido investigadas y se ha realizado y se sigue realizando mucha presión para que nos callemos. La lucha, la lucha y la lucha es la única alternativa que nos ha quedado y que nos han dejado, la fuerza de la calle que ahora nos quieren quitar, negar y robar».
Cuando se han cumplido 32 años del asesinato, seguimos gritando fuerte y alto: «Pedro, hermano, nosotros no olvidamos».
Andrés Cabrera, militante de Impulso
