Enero de 1977, la democracia burguesa sigue avanzando en su camino pactado con el franquismo. Unos meses antes se había firmado la ley para la reforma política, es decir una ruptura pactada con la dictadura desde la propia legalidad franquista. Esta ley fue aprobada tras un referéndum al pueblo. En junio de 1977 se realizaron las primeras elecciones democráticas tras la dictadura. Fueron convocadas por Adolfo Suárez, presidente del gobierno por la Falange, el partido único. Tras presentarse como moderado y de un supuesto centro, ganaría los comicios y gobernaría en democracia, quedando relegado al olvido su pasado como procurador de las cortes franquistas o como secretario general de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Meses antes de esos comicios había sido legalizado el Partido Comunista. Carrillo había acordado con Suárez rendir pleitesía a Juan Carlos I y a la bandera rojigualda a cambio de la legalización. Además en aquel agitado 1977 se producirían los infaustos pactos de la Moncloa, mediante los cuales partidos políticos como el PSOE o el PCE y sindicatos como Comisiones y UGT ratificaron la transición pactada con la dictadura. La CNT fue el único sindicato que no firmó estos pactos.
En ese contexto de cambios políticos en las calles se produjeron luchas encarnizadas, desde las que buscaban ampliar las libertades con la ruptura total con la dictadura, hasta las que querían cercenar cualquier atisbo de libertad. La policía franquista, que se había transformado en democrática de la noche a la mañana por revelación divina, jugó un papel trascendental en aquella época. Tenían acuerdos con grupos paramilitares para que les hicieran el juego sucio que ya no podían ejercer con la misma permisividad que años atrás, aunque como veremos a lo largo del serial, tampoco hizo falta que se escondieran en demasía.
Así, en enero de aquel turbulento año, el pueblo español salió a las calles para pedir la amnistía de los presos que aún se pudrían en las cárceles franquistas. A finales de 1977 llegaría una ley que permitiría que muchos saliesen de prisión, aunque no todos. Con todo este contexto, el 23 de enero se convocó una manifestación pro-amnistía en Madrid que no contó con los permisos gubernamentales.
Durante el recorrido por el centro de la ciudad, la policía dispersó de forma violenta a los manifestantes. Con la huida de estos, en las calles adyacentes decenas de individuos armados de extrema derecha les esperaban. Había miembros de Fuerza Nueva, guerrilleros de Cristo Rey o integrantes de la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista). Entre los que corrían huyendo de la policía estaba Arturo Ruíz, estudiante granadino emigrado a Madrid junto a su familia, cuando el fascista José Ignacio Fernández Guaza le pegó dos tiros, matándole en el acto. Arturo tenia tan solo 19 años. El asesino confeso no titubeó en señalar años más tarde la connivencia entre los grupos de extrema derecha a los que pertenecía y los cuerpos democráticos del estado. De hecho, en una entrevista apuntó que había trabajado para la guardia civil, asesinando a miembros de ETA en el estado francés. Las cloacas del estado rezuman tanto hedor que es imposible no olerlo.
El movimiento estudiantil al que pertenecía Arturo no tardó en movilizarse y en la mañana del lunes 24 de enero, convocó una huelga en la que participaron 100.000 estudiantes madrileños. Lo asombroso del caso es que más de 30.000 se unieron las asambleas universitarias que se convocaron esa misma mañana en las facultades. Entre las decisiones que se tomaron se acordó salir de nuevo a las calles, en este caso en repulsa por el crimen de Arturo Ruíz. Así, miles de estudiantes se manifestaron de nuevo el lunes 24 de enero tras las asambleas matutinas. La policía comenzó a reprimir la marcha esporádica de estudiantes con la misma dureza que el día anterior. De esta forma, en la Avenida José Antonio —la Gran Vía aún se llamaba así en honor al fundador de Falange, algo significativo cuanto menos—, un coche de policía cortó el paso a varios estudiantes. En el cruce con la calle de los Libreros, un agente disparó un bote de humo a quemarropa que impactó directamente en la cabeza de Mari Luz Nájera, estudiante de Sociología de tercer curso. La joven quedó inconsciente entre un charco de sangre.
Ante la falta de socorro de los represores del estado, un par de estudiantes cargaron el cuerpo de la mujer y cogieron el primer taxi que pudieron para trasladarla a un puesto de socorro. Mari Luz Nájera ingresó a la una de la tarde en la clínica de la Concepción en coma y con un traumatismo craneal en la región parieto-occipital. Los sanitarios no pudieron hacer nada, tan solo certificar su muerte a las 4 y media de la tarde.
Así relató el crimen para la prensa un testigo ocular:
“Estábamos un grupo. Llegó cerca un coche de policía. Bajó un policía armado. Disparó un arma. Yo sentí que algo pasaba junto a mi cabeza. Entonces cayó la chica de bruces al suelo. Pudo ser un bote de humo, pero no hubo humo”.
Para más inri, según publicó El País, unos jóvenes pusieron unos ladrillos en círculo alrededor de los adoquines manchados de sangre, así como una cruz con dos palos y una cuerda que les tiraron los vecinos. Creada la representación conmemorativa, tres miembros de las brigadas antidisturbios retiraron los ladrillos, tiraron la cruz y restregaron la sangre con sus botas ante el enfado de los estudiantes.
Uno de los jóvenes que había acercado a Mari Luz a la clínica de la Concepción sería detenido en relación con el caso, aunque sería puesto en libertad horas más tarde. Fue la única detención relacionada con el crimen. A día de hoy no se conoce el nombre del policía que terminó con la vida de esta vecina de Alameda de Osuna. El encubrimiento entre miembros del cuerpo demuestra que el deber para con la ley solo se utiliza en una dirección. Aún así, en caso de haber sido procesado este criminal desconocido, lo más normal es que hubiera sido absuelto del homicidio imprudente, ya fuera por cumplimiento del deber debido o por cualquier estratagema legal que salvaguarda a las fuerzas de choque cuando la represión se les va de las manos, pero en este caso ni eso. Otra arista que no se suele poner en tela de juicio en asuntos así, es la responsabilidad superior que permite que estas armas sean utilizadas. Decenas de personas han muerto en «democracia» a consecuencia de ellas, por no hablar de las que han perdido ojos o han sufrido heridas de diferente índole. Basta recordar el asesinato de Iñigo Cabacas en 2012 a causa de un pelotazo de la Ertzainza en las inmediaciones de San Mamés en Bilbao, durante la previa del partido entre el Athletic Club y el Schalke 04.
Volviendo al caso de Mari Luz Nájera, los padres acudieron horas más tardes a la clínica para confirmar que la fallecida era su hija. A la salida del centro increparon a la policía por su responsabilidad. En entrevistas posteriores apuntaron que su hija no pertenecía a ningún partido político y que desconocían que iba a acudir a aquella manifestación. Protesta que tuvo otros heridos de diversa consideración, entre ellos, José Francisco Galera, el cual fue ingresado en coma por la represión policial de aquel día.
Sin confirmación aún de la muerte de Nájera, la jefatura superior de policía sacó una nota que pregonaba así:
“Alrededor de 500 personas se concentraron en la calle de La Estrella, donde fueron disueltas por la policía armada. José Antonio, Alberto Aguilera, San Bernardo, calle del Pez, San Ildelfonso, glorieta de Bilbao, glorieta de Ruiz Jiménez y calles de la Puebla y de Palma han sido escenarios de grupos que han oscilado entre 100 y 1.000 personas y han obligado a las fuerzas de orden público a efectuar cargas y disparar botes de humo y balas de goma. Los manifestantes han lanzado piedras y objetos contundentes contra los vehículos y personal de la Brigada Antidisturbios. Como consecuencia de las violencias registradas, ha resultado herida Doña María Luz Nájera Julián de veinte años, que ha sido internada en la clínica de la Concepción con rotura de mandíbula. Otras ocho personas han sido atendidas en diferentes centros asistenciales con lesiones leves. Por parte de las fuerzas de orden público se ha registrado también varios heridos”.
La frialdad de la nota, en la que no señalaban el motivo real por el que se produjo la rotura de mandíbula de Mari Luz acongoja, así como el intento de crear un relato de enfrentamientos equilibrados entre las dos partes.
Cerca de 3.000 personas acompañaron a la familia de Mari Luz en el entierro de la joven en el cementerio nuevo de Barajas. Durante la marcha cantaron puño en alto la Internacional mientras avanzaban por edificios plagados de crespones negros en memoria de la joven estudiante. Entre los mensajes destacaba una pancarta en la que se podía leer: “Mari Luz, tus compañeros de facultad no te olvidan”.
La Complutense, universidad en la que estudiaba, suspendió las clases hasta el 31 de enero en señal de duelo, algo a lo que se sumaron la Autónoma y la Politécnica. No gustó esta decisión entre los estudiantes organizados, ni entre los profesores no numerarios, al considerarla una medida unilateral que desmovilizaba al grueso de los estudiantes. En las protestas frente al rectorado por la decisión tomada, la policía volvió a cargar, disparando botes de humo y realizando diversas detenciones. En referencia al asesinato de Mari Luz, la Junta de la Complutense sacó el siguiente comunicado:
“Nuevamente se ve esta Junta de gobierno en la triste obligación de hacerse oír por la opinión pública para expresar su repulsa por la ola de violencia que parece querer adueñarse del país. Esta Junta de gobierno pide justicia ejemplar y pronta para con los criminales que de modo intolerable dificultan el deseado desenvolvimiento político del pueblo español; desea que la fuerza pública respete el ámbito académico y no actúe en él sin el consentimiento de las autoridades académicas; invita muy cordialmente a profesores y estudiantes a no perder la serenidad y a ser ejemplo de ciudadanía y no dejarse utilizar, en la Universidad, para fines extraños. Encarecidamente reitera esta Junta su ruego de que se levante a esta Universidad la ingrata condición de ser campo de actividad de los partidos políticos y centro de gravedad de ambiciones que nada tienen que ver con la función que nos justifica ante la sociedad a la que queremos servir. Invitamos de nuevo, y por fin, a los españoles todos a que extremen su comprensión para conjurar el clima de violencia moral y política que amenaza gravemente el futuro democrático y pacífico que el país desea y merece”.
Y es que el crimen sobre la estudiante de Sociología, no fue el único que se produjo aquel fatídico 24 de enero de 1977, esa noche se produciría la archiconocida matanza de los abogados laboralistas de Atocha por parte de 3 pistoleros de Fuerza Nueva. Cinco personas serían asesinadas y cuatro más sufrirían heridas de bala. Como respuesta a los diferentes crímenes, los GRAPO decidieron actuar secuestrando al general Villaescuesa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar y matando a dos policías y a un guardia civil días más tarde, cerrando así la semana negra de Madrid. El general Villaescusa quedaría libre unas semanas más tarde.
En honor a la memoria de Mari Luz Nájera, la asociación de vecinos de Alameda de Osuna trató de dar su nombre a un parque del barrio de Barajas, algo que fue rechazado en 1988, aunque finalmente en 2007 consiguieron su objetivo. A su vez, el salón de actos de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, lugar en el que estudió, lleva el nombre de esta joven asesinada por las policía en enero de 1977. A día de hoy, sigue siendo un crimen del que solo el asesino, sus compañeros de trabajo y quizá algún superior policial o político conocen la autoría del mismo.
Antes de cerrar me gustaría recomendar el película Siete días de enero de Juan Antonio Bardem, film de 1979 que recuerda aquella semana negra de Madrid. Por otra parte, en 2024 se ha estrenado el documental Las armas no borrarán tu sonrisa, centrado en la historia de Arturo Ruiz, aunque también versa sobre otros crímenes de la transición como el de Mari Luz Nájera.
Porque fueron somos, porque somos serán.
Andrés Cabrera, militante de Impulso.